Esta administración federal no tiene una política para atender la situación de las mujeres. No la tiene en el ámbito de la seguridad, pero tampoco de la salud ni en derechos laborales ni mucho menos en el terreno de la justicia, muy alejada de cualquier perspectiva de género. No entiende los movimientos feministas ni los de generaciones anteriores ni los actuales. Siguen pensando que lo progresista en la tercera década del siglo XXI es entonar algún tema de Silvio Rodríguez y deshacerse en halagos a la revolución cubana, mientras acusan de racistas a las mujeres que quieren que la antigua glorieta de Colón se convierta en un espacio de recuerdo para las mujeres víctimas de la violencia.
Ayer, en la mañanera, la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, paradójicamente una mujer que se ha construido con base en su esfuerzo, exhibió una gráfica para tratar de demostrar que los feminicidios se habían reducido, nada más y nada menos que un 35.7 por ciento. En realidad, como muchas de las gráficas que se exhiben en la mañanera, estaba dolosamente interpretada: los feminicidios han crecido en algunos meses en forma dramática comparados con diciembre de 2018. La reducción de la que habló Rosa Icela es comparada con el pico más alto de feminicidios que se produjo apenas a fines del año pasado y en medio hemos tenido otros picos muy altos.
El año pasado fue el que tuvo el índice de feminicidios más alto de la historia, fueron poco más de mil, según el Sistema Nacional de Seguridad Pública. Con un agravante, los asesinatos de mujeres siguen aumentando, son entre nueve y once diariamente, según datos oficiales, pero cada vez más las fiscalías los califican como homicidios o incluso como suicidios, para que no aparezcan como feminicidios. Entonces tenemos la paradoja de que, según las autoridades, los feminicidios se están reduciendo, mientras que los asesinatos de mujeres y niñas, lo mismo que las desapariciones, aumentan.
Algunos datos publicados apenas esta semana confirman que no sólo la violencia no ha disminuido, sino que ha aumentado y que no existe estrategia alguna para atenderla. La violencia intrafamiliar, según el Sistema Nacional, ha aumentado dramáticamente en 2021 con más de 20 mil denuncias cada mes; sólo en 2019, el primer año de la pandemia, se registraron más de 260 mil llamadas de auxilio por violencia familiar, pero, al año siguiente, la cifra aumentó a casi 300 mil casos; en 2021 hubo 21 mil 200 denuncias por violación, el mayor número de la historia, y las denuncias siguen creciendo. Se estima que desaparecen nueve mujeres y niñas cada día en el país.
Esa es una pálida muestra de la realidad que vivimos y no podemos olvidar la discriminación terrible que sufren las mujeres y niñas con los usos y costumbres indígenas, que tanto se defienden desde el gobierno federal, o la falta de oportunidades que se generan en la educación o la salud, con la anulación, por ejemplo, de programas y políticas de planificación familiar o incluso de guarderías de tiempo completo para que las mujeres puedan trabajar.
Ese personaje impresentable que es Marx Arriaga decía en estos días que, para acabar con la violencia, las mujeres tenían que ir a las bibliotecas y leer. No entiende este funcionario de la SEP (que quiere acabar, entre otras cosas, con la intervención de la iniciativa privada en la educación) que sería muy bueno que las mujeres pudieran ir a las bibliotecas y leer más, pero que para eso se necesita que puedan salir a la calle sin ser agredidas, violadas, desaparecidas; se necesita que puedan hacerlo en hogares donde no se ejerce impunemente la violencia contra ellas, y hasta se necesita que haya más refugios y guarderías, además de dónde colocar esas bibliotecas que existen sólo en la imaginación, prolífica, por lo que se ve, de Arriaga.
Pero sus comentarios son tan insensatos como calificar de racistas a quienes prefieren una glorieta que recuerda la lucha contra la violencia hacia las mujeres antes que una escultura de una mujer sin identidad definida. Tan agraviante como descalificar a las mujeres por su preferencia partidaria o sostener que las que protestan contra las políticas del gobierno son conservadoras.
El conservadurismo, profundo, habita en Palacio Nacional, en muchos temas, pero, sobre todo, en relación con las mujeres. No se entienden, insistimos, ni sus reclamos ni sus nuevas realidades, incluso si se comparten o no algunas de esas demandas.
No comprenden en última instancia que, probablemente, muy pocas revoluciones en la historia de la humanidad han sido tan importantes como la que estamos viviendo con los cambios en los roles de género que están asumiendo las mujeres. Algunos dirán que en ese camino hay excesos. Por supuesto, como ha ocurrido en muchos de los cambios dramáticos que ha sufrido la humanidad, incluso con algunas de las causas más justas que han enarbolado las sociedades en los últimos siglos.
Pero para criticar los excesos se tiene que comprender y asumir el fenómeno. Y hoy se cree que todo se trata, simplemente, de otorgar más o menos cuotas, curules o puestos de elección popular. La multitudinaria marcha de ayer, incluyendo sus excesos, les tendría que abrir los ojos a esa realidad que hoy no ven.