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Cuando las fiestas del Astillero paralizaban al puerto | El Noticiero de Manzanillo
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Cuando las fiestas del Astillero paralizaban al puerto | El Noticiero de Manzanillo

El Astillero de Manzanillo, ubicado en La Playita de En Medio, marcó toda una época de nuestra historia, y allá por finales de los años cuarenta los armadores, calafateadores y carpinteros de este taller marítimo alcanzaron reconocimiento a nivel nacional, por su capacidad y conocimientos. Cualquier evento que girara en torno al astillero impactaba a todo el pueblo –porque eso es lo que era Manzanillo en ese tiempo, un pueblo pequeño, principalmente de pescadores y estibadores.

TERMINANDO DE CONSTRUIR UN BARCO

Cuando se terminaba de construir un barco importante en el astillero, se hacía una fiesta en la que se comía birria, caguama y bebidas. Venía a esta fiesta casi la totalidad de los porteños, y se escogía a una madrina, la más bella de todas las muchachas en esos momentos, quien sería la encargada de bautizar la embarcación, por medio de estrellarle una botella de champagne en la proa, para proceder a ponerle el nombre en medio de la algarabía y júbilo popular.

La paga era buena, por lo que inmediatamente empezaba una fiesta que duraba hasta tres días, que eran muy bonitas, donde la gente bailaba en la playa, y algunos se metían a bañar. Continuaban incluso durante la noche con fogatas, y se traían grupos musicales para amenizar con la música popular de ese tiempo, de guitarras y violines. En esos días de fiesta nadie trabajaba.

El último de esos barcos que se hizo fue el “Don Pancho”, para el que la fiesta duró ¡Ocho días! Este barco era propiedad del abuelo del connotado economista Rolando Cordera Campos, oficialmente Hijo Predilecto de Manzanillo. Esta familia venía de Veracruz, y a ellos fue a quien Don Miguel Jaramillo les hizo el último barco de su vida.

El Astillero de Manzanillo llegó a tener fama a nivel nacional.

LA GRAN ESCUELA DE CARPINTERÍA DE MANZANILLO

El trabajo en este lugar era muy interesante, pues era hecho por puros muchachos muy jóvenes, la mayoría adolescentes, pero que ya eran expertos calafateadores, y esa fue la escuela de carpintería de Manzanillo.

Por cierto que aquel astillero de Manzanillo era bastante grande, cuyas instalaciones abarcaban desde donde hoy se encuentra el Teatro al Aire Libre “Espíritu Santo”, hasta la mitad del Paseo del mismo nombre, donde se halla un muelle de pesca ribereña.

El trabajo, sin embargo, no se hacía todo ahí. Primeramente, un grupo de muchachos subía a labrar la quilla al bosque, por los alrededores de Camotlán, y por allá se quedaban alrededor de 20 días, trabajando. Muchos sufrían picaduras de alacrán, y algunos murieron por esta causa.

Las quillas labradas eran sacadas al camino en bestia, y de ahí eran traídas junto con los muchachos en un camión de redilas. La gente los recibía con mucha alegría, y los muchachos casi siempre llegaban con alguna comida de caza, como conejos y armadillos, para sus familiares y compañeros de trabajo, que eran regalos muy preciados.

Se acomodaba la quilla en unos bancos, y pasaba a ser la espina dorsal a partir de la cual se iba armando el barco por medio de aquellas manos expertos, colocando las cuadernas.

Muchos barcos fueron los que se armaron en La Playita de En Medio a través de los años.

MAESTRO ARMADOR ADMIRADO EN EL PAÍS

Todo se hacía bajo la supervisión experta y autorizada de Don Miguel Jaramillo, quien era muy admirado entre los armadores de todo el país, ya que hacía su trabajo sin tener estudios para hacer los planos y dirigir los trabajos. El astillero de Don Miguel siempre tenía mucho trabajo, de modo que llegó a ser millonario en aquellos entonces.

Las embarcaciones que se hacían allí eran del tamaño aproximado de un atunero moderno. Tenía clientes de puertos como Mazatlán, Sinaloa, Guaymas, Sonora y La Paz, Baja California Sur, donde también hay astilleros; pero de aquellos lugares venían porque sabían de la calidad de los trabajos que en el de aquí se hacían.

Uno de los días más tristes del astillero, y desde luego, también para Don Miguel Jaramillo, fue cuando pegó el ciclón “Linda”, el 27 de octubre de 1959, ya que ese día estaba a punto de entregar dos barcos, y el viento y el oleaje los hicieron pedazos. También dos muchachos veladores murieron ahogados.

Hoy, como recuerdo, sólo queda un pequeñísimo taller de reparación de embarcaciones junto al mercado de pescadores.

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