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Tiempo fuera | El Noticiero de Manzanillo

Cada año el mundo cristiano conmemora la Semana Santa que inicia el Domingo de Ramos y concluye el Domingo de Resurrección, en la que se recuerda la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. La fecha se rige por el calendario lunar y está ligada con la Pascua judía que celebra la liberación del pueblo hebreo del yugo egipcio, el domingo siguiente a la primera luna llena después del equinoccio de primavera.

La obra del Nazareno es muy breve en cuanto al tiempo que predicó ya que empezó a la edad de 30 años, luego de ser bautizado por Juan el Bautista, sin embargo, el peso de su pensamiento y la injusta crucifixión de la que fue objeto, literalmente cambió la faz del mundo como ninguna otra persona en la historia de la humanidad, del oficio o actividad que fuere. Sólo Mahoma, creador del islamismo se le acerca.

Considero que la vida de Jesús y los sermones que pronunció durante su corta vida en la que plasmó las tesis del cristianismo en sus distintas variantes son conocidas por miles de millones de seres humanos, algunas ni siquiera pertenecen a las iglesias y sectas emanadas de la corriente que se formó después de su muerte en el Monte Calvario y su presunta resurrección no comprobada científicamente. Su existencia si está confirmada.

En seis palabras podría sintetizarse el sentido de las prédicas del santo varón que siempre hizo el bien sin importar a quien: “Amaos los unos a los otros”, frase corta y aparentemente sencilla pero muy difícil, prácticamente imposible de cumplir y llevar a cabo. La misión del llamado hijo de Dios, fue la de terminar su existencia a los 33 años de edad para redimir a la humanidad de sus pecados y asegurarles la vida eterna.

Dos mil años después de su crucifixión, la población mundial ha aumentado de forma inconmensurable, el avance científico y tecnológico se ha extendido impresionantemente, pero el armamentismo y las guerras entre países permanecen activos igual o más que antes, los asesinatos de niñas y niños, de mujeres y hombres, continúan creciendo sin que se avizore el día en que pudieran disminuir o cesar las matanzas indiscriminadas.

En la iglesia católica, que tiene a Jesús como pilar fundamental, se encuentra el antecedente más deplorable de todas las doctrinas derivadas del cristianismo con la pederastia del sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de la congregación Legionarios de Cristo en 1941, gracias al apoyo de la aristocracia mexicana que financió y solapó al pederasta acusado de abuso sexual de al menos 175 menores de edad, “de los cuales 60 habían sido perpetrados por el propio Maciel”. Sus actos reprobables los cometió desde 1940 hasta 2006 cuando el Papa Benedicto XVl lo suspendió de su ministerio para que llevara una vida “de oración y penitencia”.

Durante el papado de Juan Pablo ll, en 1997, un grupo de 8 ex legionarios, víctimas de pederastia del sacerdote y fundador de los Legionarios de Cristo, lo acusó públicamente, sin embargo, ningún castigo o señalamiento le hizo Juan Pablo ll, fallecido en 2005 y canonizado por el Papa Francisco en 2014. La mancha del encubrimiento eclesiástico abarca también a Pío Xll, Juan XXlll y Paulo Vl. Con la excepción de Juan Pablo l quien duró 33 días como Papa y murió en condiciones extrañas, todos los demás Pontífices cubrieron al pederasta asqueroso.

Es paradójico que la iglesia católica que tiene 2,500 millones de fieles en todo el planeta sea la más poderosa y acaudalada de todas las instituciones cristianas, que sus más altos jerarcas vivan, vistan y viajen con los lujos más caros y sofisticados, a la par de los empresarios más ricos, en lugar de seguir la forma de vida humilde y austera de Jesús de Nazaret quien siempre convivió con los más pobres y los ayudó como pudo. Si viviera, seguramente los correría de los templos, como lo hizo con los mercaderes que deshonraban a la casa de oración.

A dos mil años del fin de la existencia del hombre más bueno y justo que ha vivido en la Tierra, el mundo está peor que entonces, su palabra y obra que debería de ser el ejemplo para todas y todos, la inmensa mayoría no la cumple, ni siquiera los Papas, no se diga los sacerdotes de menor jerarquía. Cada vez hay menos valores humanos, las guerras continúan, los asesinatos de personas siguen, la explotación de los que menos tienen aumenta, el derroche y el consumismo se incrementan, la caridad y la ayuda a los menesterosos se reduce o desaparece, la esperanza de una sociedad más justa e igualitaria se aleja día a día de la realidad.

Por eso la pregunta del nombre de mi columna de Semana Santa: “¿Valió la pena el sacrificio?”. La respuesta es no.

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