Encomiable y valiente la política del presidente salvadoreño Nayib Bukele para enfrentar el fenómeno del pandillerismo que azota El Salvador desde los años 80 y se extendió a California con la Mara Salvatrucha, paradójicamente la pandilla más grande del planeta, que nadie había tenido la decisión de enfrentar con toda la fuerza del Estado, como lo está haciendo el joven presidente surgido de un movimiento ciudadano, no de los partidos tradicionales que han detentado el poder a partir de los acuerdos de Chapultepec firmados en México, tanto de izquierda y derecha; lo interesante es que tenemos el mismo problema en México y no estamos reconociendo que la violencia enquistada en varios estados es más bien por disputas entre pandillas regionales más que por los famosos cárteles.
Bukele construyó en tiempo récord una megacárcel con capacidad de 40 mil reos de alta peligrosidad, en condiciones muy estrictas de confinamiento, en la que inicialmente ya están confinados más de 2 mil pandilleros notoriamente tatuados en todo el cuerpo de varias de las principales pandillas que han asolado por décadas a la sufrida población salvadoreña, que tenían un altísimo índice de homicidios y que a partir de esta controversial estrategia ha bajado a cero en los últimos meses, lo que en verdad es increíble pero cierto, tal vez deberíamos tomar medidas más radicales aquí en México para detener la violencia rampante que azota a varios puntos críticos del país.
Bukele es un presidente fuerte, pues así lo permite el sistema republicano centralista con división departamental (no estatal), lo que le permite ejercer un poder más firme en todo el territorio de poco más de 21 mil kilómetros cuadrados, casi como el estado de Tabasco y poco más de 7 millones de habitantes.
Lo interesante de este pequeño país es que ha tenido todas las etapas posibles de la histórica disputa caribeña entre los sectores de la derecha e izquierda, con sus respectivas guerrillas comunistas retando al Estado, en cruentas batallas con las fuerzas armadas, generando violencia social y rompiendo el tejido social, llegando hasta la propia jerarquía de la Iglesia Católica con el asesinato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero en plena misa en la Catedral y el periodo de gobierno del FMLN, ya como fuerza política electoral, pero que derivó en el surgimiento de miles de pandilleros, combatientes desmovilizados de la guerra civil, hasta de la guerra del futbol contra Honduras, también por una suerte de debilitamiento del Estado auspiciado por la misma dinámica de los cambios en el poder, de la derecha tradicional conservadora y el propio ejército salvadoreño, hacia un régimen ideológicamente cargado hacia la izquierda populista de los exguerrilleros del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional.
Como que siempre de cada revolución o cambios social se da una suerte de debilitamiento del control del Estado de la seguridad pública, que es difícil de recuperar como es el caso de México, que ha tenido cambios de régimen de diversas ideologías, derivando en una pérdida de control de la seguridad en ciertas regiones del país bajo condiciones específicas de cada zona, agravado por el fenómeno continental del narcotráfico.
Así es que haría falta un diagnóstico más certero del fenómeno de la violencia pandilleril que estamos padeciendo y adoptar medidas más firmes y contundentes, para frenar la incidencia delictiva, sobre todo la altísima tasa de homicidios dolosos como lo está logrando el presidente Nayib Bukele, cuya argumentación principal ha sido que importan más los derechos de la ciudadanía pacífica que los de los criminales que han afectado a todos los sectores de la sociedad y hasta el mismo Estados Unidos, por lo que es válido tomar medidas extremas, aun en detrimento de los derecho humanos de los delincuentes, o garantías según el enfoque jurídico que se aplique.