En su canción “viviendo a lo grande” dice José Alfredo Jiménez: “Hay que andar con la cara de frente mirando p’al cielo como desafiando al sol”, esta frase es muy significativa pues permite adentrarnos en el inexplorado mundo místico de nuestro cantautor, además resulta interesante ya que por una parte nos muestra la tendencia individual del alma que decide sumergirse en su profundidad con la finalidad de vivenciar el encuentro con la divinidad, llámese Dios, el Uno, el Bien, o si se quiere hasta con el mismo sol, que al fin de cuentas la gestación conceptual de Dios fue fecundada con la idea del dios sol; y por la otra, porque el verbo ‘desafiar’ tiene algunas connotaciones que nos indican contender en cosas que requieren fuerza y oposición a determinadas circunstancias, la mística es un reto que asume el alma inmersa en la batalla contra el sometimiento a la sensibilidad.
Sobre el infierno y los abismos del inframundo y más allá del mundo sensible de los placeres, borracheras, amoríos, serenatas, desprecios y venganzas, el alma joséalfrediana levanta su propia escalera para ascender al supramundo y buscar el reflejo de la luz divina. Subir por la escala mística significa dos cosas, la primera es pisar en los escalones del pensamiento, la meditación y la contemplación, Sohravardí (S.XII) aconsejaba que para mirar y escuchar a Dios era necesario apoyar la escalera verticalmente en el nivel de lo sensible y descansarla horizontalmente en el plano celestial; el segundo requisito es abrir los ojos del alma, en este sentido Nicolás de Cusa decía “es necesario que dilatemos la naturaleza de la visión sensible ante el ojo de la visión intelectual y fabriquemos a partir de ella la escalera del ascenso”, y así lo hizo José Alfredo con madera del “árbol de la esperanza que vives solo en el campo”:
¿Cuál es entonces la escalera mística de José Alfredo y cuántos los peldaños para ascender y contemplar el resplandor de Dios? Veamos luz en sus palabras. En el primer escalón rechaza todo lo que puede desunir: “por qué pensar en traiciones si somos un corazón”; en el siguiente peldaño se aleja del mal: “Vámonos donde nadie nos juzgue, donde nadie nos diga que hacemos mal”; en el tercero desecha las ilusiones: “Tú sabrás que mi vida ya no entiende de razones, virgencita del cielo yo no tengo ilusiones”; en el cuarto escalón se desprende la vanidad. “soy de este mundo el más pobre, hijo de Pedro el herrero”; en el quinto peldaño abandona la arrogancia: “no traigo cuchillo, no traigo pistola, no voy presumiendo de ser valentón”; en el siguiente desprecia las riquezas: “He ganado dinero para comprarme un mundo más bonito que el nuestro, pero todo lo aviento porque quiero morirme como muere mi pueblo”; en el séptimo escalón evade las mentiras: “Yo que siempre te hablé sin mentiras”; y finalmente, en el octavo peldaño es donde aguza la visión de su alma y vislumbra la luz divina: “Porque no puedo mirar desde que nací soy ciego, pero canto tan bonito que mirar no me hace falta. Toda la luz de mis ojos se me quedó en la garganta”. La escalera mística joséalfrediana se compone de ocho peldaños, el mismo número de escalones que el místico Hermes Trimegisto puso en boca del mítico Pomaindrés para ascender y lograr la identificación con Dios, desprendiéndose en cada uno de ellos de la desunión, el mal, las ilusiones, la vanidad, la arrogancia, las riquezas y las mentiras, para finalmente, una vez despojado de toda la materia mundana, pisar el octavo escalón y terminar cantando loas al Padre, a Dios que se refleja en el espejo del alma.
Al ascender por los peldaños de la contemplación miramos lo que no escuchamos, y escuchamos lo que no miramos, los ojos se vuelven oídos y los oídos se vuelven los ojos de la espiritualidad, por algo dijo Muhammad Rumi: “Cuando el oído es penetrante, se convierte en ojo, de lo contario, la palabra de Dios se enreda en el oído y no llega al corazón”. La mística no es reflexión, sino contemplación y esfuerzo de búsqueda e identificación divina, Nicolás de Cusa explicó: “el que anda buscando a dios debe considerar atentamente de qué manera en este nombre ‘theos’ se halla implícita una cierta vía para buscarlo, en la que se encuentra a dios de forma que pueda ser alcanzado. ‘Theos’ se dice de ‘theoro’, que quiere decir veo y corro. Así pues, el que busca debe correr por medio de la vista de forma que en todas las cosas pueda tocar el ‘theon’ vidente”.
Entonces la mística es una predisposición del alma para toca lo que es intocable, para ver lo que es invisible y para escuchar lo que es inaudible, dice José Alfredo:
“Voy a buscar palabras en el cielo de las que dice Dios allá en el infinito”.
La mística es desplegar un esfuerzo espiritual por alcanzar lo inalcanzable, con la esperanza de lograrlo, como lo intentó el cantautor guanajuatense:
“Me sentí superior a cualquiera y un puño de estrellas te quise bajar, y al mirar que ninguna alcanzaba me dio tanta rabia que quise llorar”.
Reitera Nicolás de Cusa: “Podrás correr por este camino, a través del cual se encuentra a Dios sobre toda vista, oído, gusto, tacto, olfato, sensación, razón e intelecto”. Correr por aquellos caminos implica un reclamo espiritual para elevarse del escenario natural hacia la contemplación mística, uno de tales senderos es recorrer las cortinas de la naturaleza, ya que éstas son las vestimentas en que la divinidad se nos presenta, Dios no se esconde, al contrario, nos espera “allí nomás tras lomita”, en los cerros, ¿acaso la palabra de Dios no se escuchó en las montañas?